“Comienzan a construir la primera central nuclear 100% argentina
Más pequeña, representa un nuevo concepto en generación de energía nucleoeléctrica
En Lima, provincia de Buenos Aires, al lado de las centrales nucleoeléctricas Atucha I y II, ya se construyen los cimientos de una unidad mucho más pequeña pero conceptualmente mucho más avanzada: el prototipo de una minicentral nuclear llamada Carem 25. Se calcula que estará terminada en 2014 y podría entrar en línea en 2015.
Carem es el acrónimo de “Central Argentina de Elementos Modulares”. Es una unidad chica, capaz de acoplarse modularmente en conjuntos mayores que compartan servicios, como quien le suma pilas a una lamparita. Es una solución ideal para países con grandes territorios (la Argentina es el noveno del planeta) que necesitan “oasis eléctricos” en sitios alejados de las líneas de alta tensión, especialmente en desiertos o islas.
Por su seguridad “inherente”, el Carem debería estar al menos 20 veces menos expuesto a accidentes del núcleo que sus equivalentes grandes de última generación, porque el núcleo se refrigera solo, sin bombas, por convección. Además, este primer prototipo tendrá un 70% de componentes nacionales y un 100% de ingeniería local.
Entre los años 80 y 90, la Argentina se convirtió en un respetado exportador de pequeños reactores “de investigación”, término genérico que incluye desde laboratorios de nuevos materiales hasta unidades escuela para formar ingenieros, químicos y físicos nucleares, y fábricas de radioisótopos de uso médico. Los reactores hacen de todo excepto generar electricidad. Pero si los reactores cuestan entre 200 y 300 millones de dólares, las centrales salen miles de millones por unidad. Hay 432 operando, se están construyendo 44, y Yukiya Amano, director general del Organismo Internacional de Energía Atómica, dice que en 2030 habrá entre 190 y 350 más.
El Carem sería una muy pequeña puerta de entrada a este Coliseo. Pero para un gladiador que “se las trae”. Su construcción es un milagro de tercer grado, porque desde su presentación en congresos, en 1984, la idea debió soportar la indiferencia, la hostilidad y el escepticismo.
A diferencia de las otras tres centrales, que pueden iluminar a casi 7 millones de argentinos, el pequeño Carem 25 abastecerá a sólo 100.000. No vino a resolver la crisis energética, sino que está pensado para ser el “showroom” de un concepto que se está poniendo de moda: las minicentrales nucleares con “seguridad inherente”, que hoy están en el centro de interés. Rusia ya construyó una flotante, el barco Lermontov, de 100 megavatios, para dar potencia a costas remotas. Y planea otras once más.
Debido a su simplicidad minimalista, el Carem fue despertando fanatismos. En su tránsito de la CNEA a Invap, y de regreso a la CNEA, el proyecto fue reclutando una guardia pretoriana de ingenieros, físicos y decisores que, a lo largo de 27 años, contra viento y marea, apostaron y aportaron a esta idea no sólo miles de horas/hombre de diseños y rediseños, sino de construcción y testeo de modelos físicos de todos sus combustibles, sistemas y subsistemas.
Hasta se construyó un prototipo del prototipo, un minúsculo reactor nuclear (el RA-8) en Pilcaniyeu, Río Negro, únicamente para ensayar los combustibles del futuro Carem.
Con la excavación de los cimientos y el presupuesto de 2012 ya aprobados, ahora los problemas son otros. Para la presidenta de la CNEA, la doctora Norma Boero, vienen de dos tipos: por una parte, hoy los elencos de la Comisión se componen de sexagenarios que saben mucho y de treintañeros brillantes, pero poco acostumbrados a trabajar en equipo.
Por otro lado, hay multinacionales que ofrecen fortunas por llevarse la tecnología del Carem a casa. (Entre otras, en 2001, la compañía Hitachi vino a ver si se llevaba el proyecto.) “Si afuera apostaron a que no lo hacíamos, no los culpo. Pero se van a dar una sorpresa”, gruñe, feliz, Francisco Boado Magan, gerente de proyecto.
En dos años, Boado pasó de dirigir 11 personas a 150 especialistas, a los que se suman otros 150 expertos de otras gerencias. Hoy se lo ve vigilante, en medio de la polvareda de obra, con sus enormes brazos en jarras, entre un ir y venir de camiones, topadoras y grúas.
El segundo Carem, a construirse en Formosa, tal vez llegue a los 150 megavatios (el consumo de 600.000 argentinos) y arroje luz sobre cuál será la potencia ideal para la fabricación en serie. La filosofía de seguridad pasiva (el núcleo se refrigera solo, sin bombas de agua) impone límites de tamaño que habrá que investigar.
El Carem no es una joya de la abuela: es de los nietos. Como dijo un prócer de la CNEA, Carlos Aráoz, “el negocio nuclear es de tecnología. No pasa por iluminar lamparitas, sino empresas y cerebros”.
(Nota en La Nación)
Más pequeña, representa un nuevo concepto en generación de energía nucleoeléctrica
En Lima, provincia de Buenos Aires, al lado de las centrales nucleoeléctricas Atucha I y II, ya se construyen los cimientos de una unidad mucho más pequeña pero conceptualmente mucho más avanzada: el prototipo de una minicentral nuclear llamada Carem 25. Se calcula que estará terminada en 2014 y podría entrar en línea en 2015.
Carem es el acrónimo de “Central Argentina de Elementos Modulares”. Es una unidad chica, capaz de acoplarse modularmente en conjuntos mayores que compartan servicios, como quien le suma pilas a una lamparita. Es una solución ideal para países con grandes territorios (la Argentina es el noveno del planeta) que necesitan “oasis eléctricos” en sitios alejados de las líneas de alta tensión, especialmente en desiertos o islas.
Por su seguridad “inherente”, el Carem debería estar al menos 20 veces menos expuesto a accidentes del núcleo que sus equivalentes grandes de última generación, porque el núcleo se refrigera solo, sin bombas, por convección. Además, este primer prototipo tendrá un 70% de componentes nacionales y un 100% de ingeniería local.
Entre los años 80 y 90, la Argentina se convirtió en un respetado exportador de pequeños reactores “de investigación”, término genérico que incluye desde laboratorios de nuevos materiales hasta unidades escuela para formar ingenieros, químicos y físicos nucleares, y fábricas de radioisótopos de uso médico. Los reactores hacen de todo excepto generar electricidad. Pero si los reactores cuestan entre 200 y 300 millones de dólares, las centrales salen miles de millones por unidad. Hay 432 operando, se están construyendo 44, y Yukiya Amano, director general del Organismo Internacional de Energía Atómica, dice que en 2030 habrá entre 190 y 350 más.
El Carem sería una muy pequeña puerta de entrada a este Coliseo. Pero para un gladiador que “se las trae”. Su construcción es un milagro de tercer grado, porque desde su presentación en congresos, en 1984, la idea debió soportar la indiferencia, la hostilidad y el escepticismo.
A diferencia de las otras tres centrales, que pueden iluminar a casi 7 millones de argentinos, el pequeño Carem 25 abastecerá a sólo 100.000. No vino a resolver la crisis energética, sino que está pensado para ser el “showroom” de un concepto que se está poniendo de moda: las minicentrales nucleares con “seguridad inherente”, que hoy están en el centro de interés. Rusia ya construyó una flotante, el barco Lermontov, de 100 megavatios, para dar potencia a costas remotas. Y planea otras once más.
Debido a su simplicidad minimalista, el Carem fue despertando fanatismos. En su tránsito de la CNEA a Invap, y de regreso a la CNEA, el proyecto fue reclutando una guardia pretoriana de ingenieros, físicos y decisores que, a lo largo de 27 años, contra viento y marea, apostaron y aportaron a esta idea no sólo miles de horas/hombre de diseños y rediseños, sino de construcción y testeo de modelos físicos de todos sus combustibles, sistemas y subsistemas.
Hasta se construyó un prototipo del prototipo, un minúsculo reactor nuclear (el RA-8) en Pilcaniyeu, Río Negro, únicamente para ensayar los combustibles del futuro Carem.
Con la excavación de los cimientos y el presupuesto de 2012 ya aprobados, ahora los problemas son otros. Para la presidenta de la CNEA, la doctora Norma Boero, vienen de dos tipos: por una parte, hoy los elencos de la Comisión se componen de sexagenarios que saben mucho y de treintañeros brillantes, pero poco acostumbrados a trabajar en equipo.
Por otro lado, hay multinacionales que ofrecen fortunas por llevarse la tecnología del Carem a casa. (Entre otras, en 2001, la compañía Hitachi vino a ver si se llevaba el proyecto.) “Si afuera apostaron a que no lo hacíamos, no los culpo. Pero se van a dar una sorpresa”, gruñe, feliz, Francisco Boado Magan, gerente de proyecto.
En dos años, Boado pasó de dirigir 11 personas a 150 especialistas, a los que se suman otros 150 expertos de otras gerencias. Hoy se lo ve vigilante, en medio de la polvareda de obra, con sus enormes brazos en jarras, entre un ir y venir de camiones, topadoras y grúas.
El segundo Carem, a construirse en Formosa, tal vez llegue a los 150 megavatios (el consumo de 600.000 argentinos) y arroje luz sobre cuál será la potencia ideal para la fabricación en serie. La filosofía de seguridad pasiva (el núcleo se refrigera solo, sin bombas de agua) impone límites de tamaño que habrá que investigar.
El Carem no es una joya de la abuela: es de los nietos. Como dijo un prócer de la CNEA, Carlos Aráoz, “el negocio nuclear es de tecnología. No pasa por iluminar lamparitas, sino empresas y cerebros”.
(Nota en La Nación)
Lo interesante del asunto es que en estas cosas anda metido el Lic. en Fisica Suarez Garcia, Mayolero por adopción que hizo su escuela Primaria en la Nº10 y que hoy se desempeña en el Instituto Balseiro en San Carlos de Bariloche, lugar donde se piensan y desarrollan este tipo de proyectos.
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